Desde su fundación, hace unos 3 mil años, los árboles se convirtieron en un cultivo básico en Judea, incluso obteniendo varias menciones en el Antiguo Testamento. Las palmeras de Judea vendrían a servir como uno de los símbolos principales de la buena fortuna del reino; el rey David llamó a su hija, Tamara, por el nombre de la planta en Hebreo.
Para cuando el imperio romano intentó usurpar el control del reino en el años 70 AD, amplios bosques de estos árboles florecieron como cultivo básico para la economía de Judea. En los siglos que siguieron, el conocimiento de primera mano sobre el árbol pasó de memoria a leyenda. Hasta hace poco.
En el 2005, la investigadora de botánica Elaine Solowey, decidió plantar una y ver si algo florecería. “Asumí que el contenido de la semilla no sería bueno después de todo este tiempo. ¿Cómo podría serlo?”, expresó Solowey. Pero pronto se demostró que estaba equivocada.
Sorprendentemente, la semilla multimilenaria efectivamente brotó, produciendo un árbol joven que nadie había visto en siglos, convirtiéndose la semilla de árbol más antigua en germinar.
Hoy, el tesoro arqueológico viviente continúa creciendo y prosperando. En 2011, hasta produjo su primera flor — un signo alentador de que el antiguo sobreviviente estaba ansioso por reproducirse. Se ha propuesto que el árbol sea cruzado con un tipo de palmera estrechamente relacionado, pero probablemente tomaría años a que comenzara a producir alguna de sus frutas famosas. Mientras tanto, Solowey está trabajando en revivir otros árboles antiguos de su larga dormancia.
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